Rogelio Salmona


Rogelio Salmona, Silvia Arango e Cristinán Fernández Cox, 1987. Foto Ruth Verde Zein.

 

Rogelio Salmona | 1929 - 2007

Murió Salmona pero su recuerdo vivo nos queda a sus amigos y admiradores. Nos dejó su arquitectura, su ejemplo, su enseñanza y su recuerdo. Varios de sus edificios son de lo mejor de la arquitectura de todos los tiempos en Colombia y sin duda destacados en la arquitectura actual del mundo, como lo han reconocido importantes críticos y arquitectos como Kenneth Frampton, William Curtis, Antonio Fernández-Alba o Claudio Conenna, y lo mismo se puede decir de algunas de sus casas. Afortunadamente sus muchos edificios pronto pasarán ser parte del patrimonio nacional para su correcta conservación y, en últimas, para evitar su innecesaria demolición, como ya pasó hace años en Bogotá con una de sus mejores casas.

Su obra es ejemplo no solo estético sino ético; incluso político. Es mucho lo que los arquitectos del país hemos aprendido de ella y lo que nos seguirá enseñando. Su respeto honrado e inteligente por la ciudad, su preocupación por una arquitectura para nuestra geografía e historia y finalmente para nuestra gente, y su comprensión de nuestras luces y paisajes. Preocupaciones que, junto con otras características de su arquitectura, poco tenidas en cuenta pero de gran actualidad, como su sostenibilidad, hace que se separe del movimiento moderno general y abra un nuevo camino en la arquitectura colombiana como lo dice Silvia Arango. Sus preocupaciones están vigentes y sus soluciones llenas de vida.

Su legado es ante todo el compromiso los arquitectos que lo son de continuar su vehemente logro de que se comenzara a valorar de nuevo en Colombia la arquitectura. Hecho fundamental en este país de muchas ciudades tan nuevas, que crecen, en rápida transformación, con una mala arquitectura y un pésimo urbanismo. Y en donde un mal entendido desarrollo, puramente especulativo, separó a la arquitectura de la cultura ante el desinterés de unos intelectuales apenas interesados en la poesía escrita, y la ceguera de unos ciudadanos que llegan al extremo de elegir alcaldes ciegos, y que por todas partes votan por candidatos que miran pero no saben ver ni les interesa, como acaba de repetirse de nuevo en todo el país con la excepción de Medellín.

Por eso decía Salmona que hacer aquí (buena) arquitectura es un acto político, además de cultural y estético, pues se trata ante todo de hacer ciudad. Esto convierte su práctica en una ética de la arquitectura, propósito crucial dentro de nuestra incipiente sociedad urbana y por supuesto de total actualidad y urgencia en nuestras maltrechas ciudades. Una nueva estética a partir de la ética de asumir la responsabilidad de lograr un mejor ambiente humano. El futuro de nuestras ciudades, en tanto que artefactos, se juega en la mejor escogencia de su arquitectura. Así lo entendió Salmona y de ahí su interés en una ética del oficio. Su mas importante y difícil legado es, pues, la búsqueda de una arquitectura pertinente y sostenible, que sea apropiada culturalmente en la medida en que contribuya seriamente a la identidad del país. Que permita ?la posibilidad de crear imaginarios para transformar la vida? como lo dijo en Jyväskylä al recibir la medalla Alvar Aalto que los arquitectos finlandeses le otorgaron hace pocos años.

Rogelio Salmona Mordols nació en París en 1929, mitad español y mitad francés, pero entró niño al Liceo Francés de Bogotá, ciudad en la que murió el 4 de octubre de 2007. Sus profesores europeos lo interesaron por el arte y, en 1947, ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, tomando cursos de teoría con el arquitecto alemán Leopoldo Rother. Allí conoció a Le Corbusier, el gran arquitecto suizo-francés, cuando vino para el Plan Director de Bogotá, y al irse a París, a consecuencia de los graves desordenes del 9 de abril de 1948, trabajó para él varios años al tiempo que seguía sociología del arte con Pierre Francastel. En 1953 viajó por el sur de Francia, España y norte de África, lo que sería decisivo para su arquitectura, y finalmente estuvo unos meses con el arquitecto Jean Prouvé.

A su regreso, en 1958, dio clases de historia y luego de diseño en la Universidad de los Andes, en donde validó su titulo después de ejercer algunos años y de realizar con Guillermo Bermúdez su primera gran obra: los Apartamentos del Polo (1959-62). Seguirán Las Torres del Parque (1964 -70), la más importante, la sede de la Sociedad Colombiana de Arquitectos en Bogotá (1967-74), la mas criticada (con L. E. Torres); el Museo de Arte Moderno de Bogotá (1971-79), la mas incomprendida; la Casa de Huéspedes Ilustres de Colombia, en Cartagena (1980-81), la que le da fama internacional; el Museo Quimbaya en Armenia (1984-85), la mas difícil, el Archivo General de la Nación (1988-89), la mas bella, y la Biblioteca Virgilio Barco (2002), la mas alabada. En Cali quedó el Edificio Mejía Marulanda (1958-59), del inicio de su carrera, y el de la FES (1986-87), hoy Centro Cultural de Cali (con P. Mejía, J. Velez y R. H. Ortiz).

 

Residencias El Parque, Bogotá, 1965-1970. Foto Hugo Segawa.

 

Archivo General de la Nación, Bogotá, 1988-1994. Foto Hugo Segawa.

 

Da esquerda apara direita: não identificado, Ruth Verde Zein, Rogelio Salmona, Cristián Boza, Lala Mendez Mosquera, Marina Waisman, Beto Eliash, Carlos Eduardo Comas. Museu Quimbaya, 1987.

Foto cortesia Ruth Verde Zein.

 

Edifício de Posgrados en Ciencias Humanas, Universidad Nacional, Bogotá, 1995-2000.
Pátio de ingresso: Dominique Perrault contemplando a água. Foto Hugo Segawa.

 

Su obra, ya vasta a lo largo de casi medio siglo, comenzó con el elogio escrito a un proyecto de 1959 de Fernando Martínez para el colegio Emilio Cifuentes en Bogotá, y terminó por cambiar la buena arquitectura en Colombia. Desafortunadamente muchos arquitectos del país no han asumido su constante preocupación por la ciudad, las tradiciones edilicias y la ética profesional, si no apenas han imitado su ladrillo aparente, el que en algunas manos torpes se volvió oportunista, repetitivo o arbitrario: una simple moda. Pero lo importante en su trabajo es la innovación de la tradición, sus nuevos usos de viejas técnicas y materiales, el darle forma a la identidad, su respeto por el paisaje y el hacer arquitectura para la ciudad, lo que se concreta todo en un nuevo regionalismo. Son los caminos de la arquitectura neovernácular de que habla Vicky Richardson.

Esta búsqueda ha permitido a algunos arquitectos del llamado Tercer Mundo, como Salmona en Colombia, construir alternativas autónomas utilizando materiales propios y tecnologías posibles, que reconocen y valorizan el patrimonio construido, consideran el clima y califican el paisaje. Sus formas y significados le encuentran nuevas expresiones a la tradición o la reinterpretan poéticamente para hacerla partícipe de nuevas situaciones. Es la búsqueda de Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquía y otros en Marruecos, Corea, Singapore, Indonesia y también, por supuesto, no pocos en Hispanoamérica, como Carlos Raúl Villanueva, Jesús Tenreiro o Gorka Dorronsoro en Venezuela, Álvaro Malo o Luis y Diego Oleas en Ecuador, Juvenal Baracco en Perú, Luis Barragán o Carlos Mijares en México, Bruno Stagno en Costa Rica o Luiz Paulo Conde en Brasil.

Sus cinco proyectos cumbres y síntesis sucesivas de su trabajo se deben claramente al lugar: su clima, paisaje y tradiciones urbanas, arquitectónicas y constructivas. Por eso reclamaba que su obra se percibiera con todos los sentidos y no solo con la vista, e insistía tanto en la importancia de la arquitectura en la ciudad. Las Torres del Parque, como dice la crítica Marina Waisman, valorizan la Plaza de Toros y llaman la atención sobre el bello perfil de las montañas que rodean a Bogotá y responden a su especial luz; pero también se adecuan funcionalmente al clima bogotano y le sacan el mejor partido al ladrillo local, que tanto y tan bien fotografío el arquitecto Sergio Trujillo. Es difícil encontrar en el mundo grandes conjuntos de vivienda que después de tantos años sigan tan bellos, actuales, conservados y significativos para sus ciudades: ya es uno de los hitos mas reconocidos de la capital.

La Casa de Huéspedes Ilustres de Colombia la ocultó de tal manera con la vegetación que, como dice arquitecto e historiador Germán Téllez, autor del mas completo libro sobre Salmona, el colonial almacén de provisiones de Manzanillo luce como si estuviera solitario, al final de la pequeña península en lo que parece una pequeña selva típica de las costas de la bahía de Cartagena. Sus patios con agua y vegetación son inmejorables en el caluroso clima local y el uso de la piedra coralina todo un acierto; allí, su recuerdo de La Alhambra se hace por primera vez evidente.

El Archivo General de la Nación está conformado por dos grandes paralelipípidos rectángulos que replican las manzanas tradicionales de la traza colonial de la ciudad. El mágico patio cilíndrico, en medio del primero de ellos, enmarca el cielo azul profundo característico del paisaje bogotano. Como lo recuerda el profesor Ricardo Castro, autor de un libro sobre Salmona, es un lugar memorable, que en su momento premiaron Carlos Mijares, Gorka Dorronsoro, Carlos Niño y el autor de este articulo.

En la biblioteca Virgilio Barco, arquitectura, paisaje urbano y natural, clima y tradiciones interactúan de una manera insospechada y entrelazan visuales inesperadas de plazuelas y senderos se curvan, bajan, suben y esconden prometiendo sorpresas como de laberinto de enamorados. Su acceso recuerda a Teotihuacan pero también a los pequeños valles de la Sabana de Bogotá, cuya intimidad y recogimiento dan paso a otros eventos. Su bello patio enterrado es una bienvenida pausa al espíritu mientras los volúmenes desaparecen momentáneamente y de la ciudad apenas queda el fondo negro de los cerros y el cielo azul. Finalmente, en la Candelaria en Bogotá, está, ya casi terminado, el centro cultural Gabriel García Márquez del Fondo de Cultura Económica de México, que el ingeniero Francisco de Valdenebro construye bajo la dirección ahora de la arquitecta María Elvira Madriñan, compañera de muchos años de Salmona. Probablemente sustituya a la Biblioteca en el merito de ser el mejor y mas revelador edificio de los últimos años en el país.

El reconocimiento a un maestro lo recibió Salmona ampliamente al final de su vida, caso único en Colombia tratándose de un arquitecto. Una importante exposición de su obra, organizada por la seccional de Bogotá de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, bajo la iniciativa de la arquitecta Diana Barco, recorre actualmente diversas ciudades del mundo. Salmona fue dos veces finalista del Premio Mies van der Rohe de Latinoamérica, cinco veces premiado en las Bienales de Arquitectura Colombiana; Premio Taller de América, Medalla al Mérito Cultural, Premio de la Fundación Príncipe Clauss de Holanda y Premio de la II Bienal Iberoamericana de Arquitectura e Ingeniería Civil. La Universidad Nacional le otorgó su Doctorado Honoris Causa y, posteriormente, además de la Medalla Alvar Aalto, talvez el más serio premio a la arquitectura del mundo, fue nominado al Pritzker, el más famoso, pero ya no se lo podrán otorgar pues es para arquitectos vivos.

Benjamin Barney Caldas
Versão integral do artigo. Publicado reduzido na Gaceta de El Pais, de Cali.

 

Rogelio Salmona. El Mejor de todos.

Se nos fue Rogelio Salmona, sin dudas una de las figuras señeras de la arquitectura universal y el mejor de quienes han sobrepasado el siglo de la modernidad y su decadencia posmoderna en nuestro continente.

Hablar de arquitectura latinoamericana ha sido desde hace décadas hablar de Rogelio Salmona cuya visión continental alentó de las más diversas maneras. Fue el dinámico motor de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL) imponiendo ese carácter movimientista que, a soslayo de cualquier organización formal, nos ayudaba a encontrar siempre puntos de apoyo que nos permitieran reunirnos para reflexionar, discutir y aprender.

Hablar de la arquitectura de Salmona es recalar en las búsquedas de un lenguaje propio, asentado en las potencialidades expresivas de los materiales tradicionales que manejaba con sofisticación artesanal. Preocupado por los temas ambientales, por las demandas sociales y por los equipamientos urbanos, Rogelio dio su vida profesional a la causa de proponer caminos alternativos para nuestra arquitectura.

Formado en el Taller de Le Corbusier y en los cursos de Pierre Francastel, Rogelio asumió las contradicciones que la visión eurocéntrica le planteaba y buscó superarla en un conocimiento acucioso de su realidad colombiana y continental. Ayudó a los más jóvenes. Difundió ideas y dio testimonio de su pasión profesional y de su amor por la arquitectura trabajando infatigablemente hasta el último respiro, con las dificultades que su dura enfermedad le fue generando.

Pero sobre todo se nos fue el amigo solidario, el sabio que sabía por la experiencia y la reflexión, el compañero entusiasta y temperamental, el mentor de muchas de nuestras iniciativas colectivas. Rogelio fue mucho más que un notable arquitecto, fue un excepcional ser humano que valoramos y quisimos en la coincidencia y en la disidencia. Esa misma disidencia que me lleva hoy a rezar una oración a mi Dios (en el cual Rogelio no creía) porque sé que mirará todo el bien que Rogelio ha dado a tantas personas de este continente que disfrutan de su arquitectura y la inmensa cantidad de inolvidables momentos que nos fue deparando a quienes tuvimos la dicha de tratarlo. Insisto, era el Mejor de Todos. Lo extrañaremos hasta lo indecible.

Ramón Gutiérrez